(Moisés S. Palmero Aranda, Educador ambiental) Con el inicio de la COP28 de Dubái, he recordado el corto que ganó numerosos premios, entre ellos el Goya al mejor corto de animación de 2013, El vendedor de humo. Un comerciante ambulante llega a un humilde pueblo, ofreciendo a sus habitantes un elixir para hacer realidad sus sueños a cambio de unas monedas. No le hacen caso, pero como buen charlatán, con un bonito espectáculo de marketing, consigue su objetivo de llenar el cofre. Tanto es su prestigio, que el mismísimo alcalde sucumbe a su llamada con el cetro coronado con un gran diamante.
El embaucador envuelve con humo la piedra preciosa y aparece en su lugar una enorme estatua del alcalde en la plaza. Todos quedan embelesados, momento que el pícaro, nervioso ante la tormenta que se cierne sobre ellos, se aleja. Cuando la lluvia comienza a caer, el humo desaparece, como su dinero, y los sueños de sus habitantes.
La Asamblea de majaras, los terroristas climáticos, los vendedores de humo, llegan en sus jets privados, y con sus mejores galas hacen su show, poniendo caras dramáticas, lanzando bonitos mensajes de unión, realizando promesas que no piensan cumplir y firmando acuerdos, que las olas de calor, la subida del nivel del mar, las sequías y los vientos huracanados harán desaparecer.
El más gracioso ha sido Carlos III de Inglaterra haciendo un llamamiento “a las armas para reparar la economía de la naturaleza”. Se nos acaba el tiempo, dice el rey ecologista, como lo llaman, porque le gustaba salir a cazar por sus colonias conquistadas con sangre, robadas y expoliadas de África, y al atardecer con los pies apoyados en el león abatido, se fumaba un puro y bebía un coñac transportado en primera clase, mirando al atardecer y sintiéndose en sintonía con la naturaleza, mientras un esclavo le abanicaba para que no le picasen los mosquitos.
Rey ecologista es un oxímoron, un absurdo, un tremendo disparate, una ofensa a la inteligencia que, más que prestigiar al susodicho, lo desprestigia. Por lo que se ve, como los días se le hacían largos esperando heredar el trono, montó alguna fundación para andar entretenido y justificar su sueldo. Viajaba por sus colonias, sonría a los niños sin tocarlos, soltaba unas cuantas libras para plantar árboles y lanzaba mensajes de conservación. Luego, en su jet privado,volvía a sus mansiones, y se dedicaba a esas fiestas exclusivas de lujuria y desenfreno, donde él se convertía en el tampax de Camila y su hermano Andrés abusaba de menores.
Nada más heredar la Corona, le dijeron que se dejase de tonterías, de jueguecitos y de proclamas activistas, que desde ese momento era uno de los hombres más ricos del mundo, con 680 millones de dólares en sus cuentas, y 46.000 millones en activos. Si ha ido a esta Cumbre de la vergüenza, es por invitación de sus amigos, los petrojeques, los organizadores, que se atreven a negar la ciencia y la necesidad del fin de los combustibles fósiles, no porque le preocupe el planeta.
Si un rey, un multimillonario, nos pide ir a las armas, ya sabemos que habrá muchas muertes y que la única economía que se beneficiará será la suya y la de sus aliados. Cuando escucho estos discursos, echo mucho de menos a Greta Thunberg y su bla,bla,bla.
Si aún mantengo la esperanza, es porque mientras esta gentuza se ríe en nuestras caras, la gente pequeña, que decía Galeano, sigue haciendo cosas pequeñas para cambiar el mundo. Este fin de semana en Almería, un grupo de estudiantes de Ciencias Ambientales de la UAL fueron a analizar los microplásticos de las playas para buscar soluciones; 30 vecinos de Alhama continuaron con la reforestación de la Sierra de Gádor en la que llevan trabajando casi una década; se entregaron los premios DUNA reconociendo la labor a personas, colectivos y administraciones que trabajan por la conservación de la naturaleza; un grupo de senderistas paseó por Punta Entinas Sabinar para aprender a mirar, y un grupo de activistas realizó una performance para protestar contra el cambio climático y exigir soluciones a nuestros dirigentes y no declaraciones.
Hubo más, y no solo en Almería, en el resto de España. Hay inquietud, ganas, una emergencia climática y debemos poner nuestro granito de arena. No necesitamos vendedores de humo que hablen de economía de la naturaleza, ni de armas, ni de fondos rellenados con calderilla, ni de leyes que no cumplirán. Necesitamos mucha gente pequeña, chicas ye ye, como Doña Concha, que tengan mucho ritmo, y nos hagan comprender que la vida es puro teatro y que no se quieren enterar, pero juntos, porque así somos más fuertes, les haremos entender. Pon tu granito de arena, y un poquito de amor.